A veces puede que la intranquilidad nos agobie. No desesperes. Ora. Si nunca has hecho una oración en tu vida, te invitamos a que comiences rezando.
El Señor es mi pastor;
nada me falta.
En verdes praderas me hace descansar,
a las aguas tranquilas me conduce,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos,
haciendo honor a su nombre.
Aunque pase por el más oscuro de los valles,
no temeré peligro alguno,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tu vara y tu bastón me inspiran confianza.
Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza,
y has llenado mi copa a rebosar.
Tu bondad y tu amor me acompañan
a lo largo de mis días,
y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.
El que vive bajo la sombra protectora del Altísimo y Todopoderoso, dice al Señor: “Tú eres mi refugio, mi castillo, ¡mi Dios, en quien confío!” Sólo él puede librarte de trampas ocultas y plagas mortales, pues te cubrirá con sus alas, y bajo ellas estarás seguro. ¡Su fidelidad te protegerá como un escudo! No tengas miedo a los peligros nocturnos, ni a las flechas lanzadas de día, ni a las plagas que llegan con la oscuridad, ni a las que destruyen a pleno sol; pues mil caerán muertos a tu izquierda y diez mil a tu derecha, pero a ti nada te pasará.
Solamente lo habrás de presenciar: verás a los malvados recibir su merecido. Ya que has hecho del Señor tu refugio, del Altísimo tu lugar de protección, no te sobrevendrá ningún mal ni la enfermedad llegará a tu casa; pues él mandará que sus ángeles te cuiden por dondequiera que vayas.
Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra alguna. Podrás andar entre leones, entre monstruos y serpientes. ”Yo lo pondré a salvo, fuera del alcance de todos, porque él me ama y me conoce.” Cuando me llame, le contestaré; ¡Yo mismo estaré con él! Lo libraré de la angustia y lo colmaré de honores; lo haré disfrutar de una larga vida: ¡lo haré gozar de mi salvación!
Señor,
Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel.
Sufro, Señor, porque tengo miedo, mucho miedo, más que nunca. Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué: porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres. Y yo lo acepto. Pero también escucho tu voz de amigo: "No tengas miedo, no se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final." Repítemelo siempre Señor, y en los momentos más difíciles, suscita a mi alrededor almas muy simples que me lo digan en tu nombre.
Tengo miedo, Señor, mucho miedo. Miedo de no comprender a mis hermanos y decirles las palabras que necesitan. Miedo de no saber dialogar, de no saber elegir bien a mis colaboradores, de no saber organizar la diócesis, de no saber planear, de dejarme presionar por un grupo o por el otro, de no ser suficientemente firme como corresponde a un Buen Pastor, de no saber corregir a tiempo, de no saber sufrir en silencio, de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano, y entonces, estoy seguro de que me irá mal. Por eso, Señor, te pido que me ayudes.
Me hace bien sentirme pobre, muy pobre, muy inútil y pecador. Ahora siento profundamente mis pecados. He pecado mucho en mi vida y tú me sigues buscando y amando. Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo. No lo tendría si fuera más humilde. Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso. Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto. Pero no pienso que Tú también fracasaste, que no todos aceptaron tu enseñanza. Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina.
Nunca te fue bien, Señor: te criticaron siempre y quisieron despeñarte. Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía. Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro; te abandonaron todos tus discípulos
¿y no sufrías entonces? Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor? Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta. Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.
A Jesucristo sigue con pecho grande, y venga lo que venga nada te espante. ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene estable. Todo se pasa. Aspira a lo celeste que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda. Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia.
Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza. Del infierno acosado aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces, desgracias; Siendo Dios su tesoro, nada le falta. Id, pues, bienes del mundo; Id, dichas vanas; Aunque todo lo pierda, Sólo Dios basta.